Estos días más calmados de Navidad, han tenido como lectura un magnífico ensayo de Luciano Concheiro (Ciudad de México, 1992), joven profesor de la Universidad de México, finalista del Premio Anagrama de Ensayo de este año: Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante (Anagrama, 2016), en el que con lúcido análisis -otra cosa es su propuesta de solución- nos sitúa ante la centralidad de la consideración del tiempo en este mundo nuestro liberal, capitalista, progresista y economicista, que desdibuja los naturales límites del tiempo humano y su medida, en un proceso de aceleración cada vez más vertiginoso que busca el beneficio inmediato y máximo a toda costa…
En este final de año que acaba, me viene a la mente esa consideración del tiempo que nuestro mundo tiene, porque siendo los finales de año siempre momento más que oportuno para hacer balance, este mundo nuestro tiene una resistente y buscada falta de memoria… o quizás por mejor decir, una banalizada memoria que se centra en lo superfluo y externo, en los acontecimientos más superficiales de defunciones, datos, fechas y elecciones, sin llegar a ahondar en lo que realmente nos ha sucedido este año.
Este mundo nuestro que diluye el tiempo en una constante aceleración que desdibuja los perfiles del ayer y del mañana, anula la memoria profunda, la que recibe lo que sucede, integrándolo, procesándolo para hacernos crecer. Con ese uso del balance como mera suma de hechos, sin procesarlos, sin integrarlos, nos roba la capacidad de crecer, de madurar, de seguir sumando… Nos roba el ayer como parte integrante de quien somos, porque quiere anular el mañana como tiempo de esperanza y de cambio. Para un mundo que sólo cifra la identidad en el consumo, no hay ayer ni mañana, sólo hay un continuo hoy que garantice que todo siga igual, consumiendo lo que sea: bienes, noticias, fechas, objetos o personas…
Final de año. Tiempo de detenerse y hacer balance. No todo es bueno. Pero no todo es malo. La única posibilidad de que realmente no seamos simples máquinas consumidoras que pasan por el tiempo, y sean capaces de separar una cosa de la otra, de integrar lo vivido para que el tiempo nos vaya modelando y haciendo de nosotros alguien que cada día es más quien está llamado a ser, es detenerse y mirar, ahondar, buscar, profundizar.
Esa aspiración profunda de vivir en verdad, de que la vida no sea una mera sucesión de momentos, esa aspiración de tener una vida vivida y aprovechada, no pasa, como tantas veces la publicidad y el mercado nos dice, por la intensidad vacía de sucesos adrenalínicos que se suman unos a otros. De nada sirve esa pasión desbordada si no se integra lo vivido, si la vida se convierte en una mera suma de fotografías, pero sin peso en la memoria…
El final del año es buen momento para pararse a pensarlo. La pregunta de cómo ha sido mi año, si ha merecido la pena, si ha sido o no un buen año, puede ser más trascendente e importante de lo que creemos…si realmente nos tomamos en serio el tiempo del final del año.