Como cada vez que se acercan las elecciones, el tema “Iglesia” se convierte en parte de los argumentos que se tiran los políticos a la cabeza unos a otros, sabiendo la especial sensibilidad que con la Iglesia católica vivimos los españoles, en eso que no se bien quién decía que “los españoles vamos siempre detrás de los curas, a veces con un cirio y a veces con una estaca”.
Se vuelve a vueltas con los mal llamados Concordatos –en España hay acuerdos, no concordato, que son dos figuras jurídicas diferentes-, que si el aborto, que si los impuestos y las propiedades de la Iglesia… y desde luego con la enseñanza.
Y ya no sólo ante la presencia de lo religioso en la Escuela Pública –algo sobre lo que Don Rafalito y yo ya discutimos por aquí…- sino sobre la otra gran presencia que la Iglesia tiene en la escuela que es la Enseñanza Concertada.
No seré yo quien diga que hay una campaña orquestada contra la Iglesia, porque sinceramente no lo creo, me parece a mí que en esto somos mucho más españoles y lo que hay es tan simplón como el tratar de aprovechar los rechazos y animadversiones históricas que despierta la Iglesia, -herencia de un anticuado, apolillado y rancio anticlericalismo que poco tiene que ver con el siglo XXI- para aprovecharse de cara a las urnas de esas emociones que unos cuantos quieren avivar, pero a veces sin calcular demasiado las consecuencias a las que nos puede llevar, siendo la primera de todas, que los ciudadanos normales y corrientes, somos los que salimos perdiendo, con los juegos de nuestros políticos.
Y es que aunque a veces se olvide, e incluso se quiera negar, los católicos somos también ciudadanos, y como tales tenemos derechos y libertades que tienen que ser respetados y escuchados, como con otros grupos sociales –a veces mucho más minoritarios…- se hace. Y también en la educación.
A veces a nuestros democratísimos políticos se les olvida, que la libertad de enseñanza se recoge desde la Carta de Derechos Humanos a la propia Constitución, y que el estado que todos formamos y financiamos con nuestros impuestos –no nos olvidemos que la pobrísima financiación que los conciertos suponen para los colegios por parte del Estado y que no cubre todas las necesidades de educación de los chicos en los colegios concertados, no deja de salir de los mismos impuestos de las familias que llevan a sus hijos a ellos…- tiene la obligación de respetarlo y favorecerlo. Se olvidan que uno de cada cuatro niños está actualmente en la escuela concertada, lo cual quiere decir que un 25 por ciento de familias españolas con hijos en edad escolar –más o menos- elige para sus hijos la escuela concertada y le pide al Estado que cuide de esa formación, y se olvidan que eso del modelo de concierto se aplican en más áreas además de la enseñanza, luego si funciona en otros campos, ¿por qué no en justicia utilizarlo también aquí? Los políticos son servidores de los ciudadanos, no sus caudillos –ya pasó gracias a Dios esos tiempos…- y lo son de todos, no sólo de los que piensan como ellos, o de los que ellos quieren.
Pero ya no es sólo desde el plano de los derechos de las familias desde el que se puede abordar esto de la enseñanza concertada. Los colegios concertados son en sí mismos un servicio a toda la sociedad, primeramente porque ayuda al estado a su obligación de proveer la educación obligatoria y que con realismo, no sería capaz de hacerlo sin aumentar aún más la inversión; pero también desde el mismo sentido que supone, y de la riqueza que significa para toda la sociedad, la misma clave de pluralidad que aporta la riqueza de modelos educativos. La educación concertada es libertad y justicia y colaboración solidaria con toda la sociedad, y aporta esa clave de riqueza y amplitud que lleva a sociedades más respetuosas y justas.
Si les interesa esto y quieren más datos, cifras y argumentos, les remito a una magnífica página web de la organización de Escuelas Católicas, que les ayudará: Concertados: nadie educa igual a sus hijos.
La riqueza, pluralidad, libertad y los derechos de todos, piden que se cuide esta enseñanza para el bien de toda la sociedad.